EL POETA QUE MURIÓ UN JUEVES SANTO
Análisis del poemario “Cuaderno de Orfeo” de David Ledesma Vázquez (Guayaquil 1934-1961)
“…
¿Qué cosa puedo darte?
Tú me has dado tan sólo tu presencia,
tu sonrisa y a veces tu aliento,
una proximidad y nada más.
Yo te regalo un muerto. Cuídalo bien
Es tuyo.
…”
(El poema final, David Ledesma Vázquez.
Obra poética completa. p.204).
Nosotros, los ecuatorianos, a pesar de la existencia de algunos cambios beneficiosos en los sectores culturales y académicos, que en cierta medida han mejorado el espacio intelectual con relación a los años precedentes, todavía permanecemos embaucados bajo un interés abrumante por la literatura extranjera (best sellers), por las disputas políticas y por el virus infeccioso del mundo de la farándula. Todavía carecemos de estrategias fuertes que sustenten el análisis y el estudio de escritores nacionales, vivimos en la cultura del homenaje post mortem, del reconocimiento póstumo que antes de ser crítico es un mero pañuelo sentimental. No contamos con una proliferación eficiente de reseñas culturales en los diarios y las que hay, se dedican a promocionar ciegamente lo que está en boga. Muchos escriben pero pocos critican, pocos realizan estudios concienzudos de nuestros escritores, no hay nuevas relecturas y peor aún, no hay criterios especializados que saquen del anonimato a los talentos nacionales. No se ha dado una cultura de buscar nuevos enfoques o proponer nuevas interpretaciones, dejamos en el olvido a piezas valiosas del engranaje de nuestro país.
Por eso, ante un panorama tan lastimero y gris, se realizará un ejercicio crítico, mediante el presente artículo, a la obra de un escritor ecuatoriano con características muy valiosas e interesantes que no pueden quedar en la indiferencia y mucho menos en el olvido y así poder cumplir a cabalidad con los objetivos de la nueva crítica latinoamericana.
El artículo constará de tres momentos, en el primero se efectuará una revisión y contextualización del sujeto biográfico, en el segundo se realizará un análisis estilístico de la obra propiamente dicha y para ello, se estudiará únicamente el poemario Cuaderno de Orfeo en el cual, según opinión propia, se condensa la belleza y talento del universo ledesmiano. Para finalizar, en el tercer momento, se esbozarán las conclusiones que nos ayudarán a construir un panorama general de lo tratado con las respectivas novedades encontradas en la obra.
Análisis del poemario “Cuaderno de Orfeo” de David Ledesma Vázquez (Guayaquil 1934-1961)
“…
¿Qué cosa puedo darte?
Tú me has dado tan sólo tu presencia,
tu sonrisa y a veces tu aliento,
una proximidad y nada más.
Yo te regalo un muerto. Cuídalo bien
Es tuyo.
…”
(El poema final, David Ledesma Vázquez.
Obra poética completa. p.204).
Nosotros, los ecuatorianos, a pesar de la existencia de algunos cambios beneficiosos en los sectores culturales y académicos, que en cierta medida han mejorado el espacio intelectual con relación a los años precedentes, todavía permanecemos embaucados bajo un interés abrumante por la literatura extranjera (best sellers), por las disputas políticas y por el virus infeccioso del mundo de la farándula. Todavía carecemos de estrategias fuertes que sustenten el análisis y el estudio de escritores nacionales, vivimos en la cultura del homenaje post mortem, del reconocimiento póstumo que antes de ser crítico es un mero pañuelo sentimental. No contamos con una proliferación eficiente de reseñas culturales en los diarios y las que hay, se dedican a promocionar ciegamente lo que está en boga. Muchos escriben pero pocos critican, pocos realizan estudios concienzudos de nuestros escritores, no hay nuevas relecturas y peor aún, no hay criterios especializados que saquen del anonimato a los talentos nacionales. No se ha dado una cultura de buscar nuevos enfoques o proponer nuevas interpretaciones, dejamos en el olvido a piezas valiosas del engranaje de nuestro país.
Por eso, ante un panorama tan lastimero y gris, se realizará un ejercicio crítico, mediante el presente artículo, a la obra de un escritor ecuatoriano con características muy valiosas e interesantes que no pueden quedar en la indiferencia y mucho menos en el olvido y así poder cumplir a cabalidad con los objetivos de la nueva crítica latinoamericana.
El artículo constará de tres momentos, en el primero se efectuará una revisión y contextualización del sujeto biográfico, en el segundo se realizará un análisis estilístico de la obra propiamente dicha y para ello, se estudiará únicamente el poemario Cuaderno de Orfeo en el cual, según opinión propia, se condensa la belleza y talento del universo ledesmiano. Para finalizar, en el tercer momento, se esbozarán las conclusiones que nos ayudarán a construir un panorama general de lo tratado con las respectivas novedades encontradas en la obra.
I
David Ledesma Vázquez nació el 17 de diciembre de 1934 en la ciudad de Guayaquil; fue un brillante escritor, poeta, narrador, periodista, actor y especialista en radioteatro y radionovela, colaboró en revistas y periódicos nacionales: La Nación, El Telégrafo, El Universo, Cuadernos del Guayas, El Ateneo, La Semana y en la revista venezolana Lírica Hispánica. En 1954 funda, junto con sus amigos de la generación del 50, el grupo y taller literario “Club 7 de la poesía ecuatoriana” integrado por Carlos Benavides Vega (con su peculiar seudónimo Álvaro San Félix), Ileana Espinel Cedeño, Gastón Hidalgo Ortega, Sergio Román Armendáriz, Miguel Donoso Pareja y Carlos Abadíe Silva. Su vocación teatral le hizo viajar, junto con la Escuela de Arte Dramático, por Argentina, Bolivia y Perú; en 1960 viaja a Cuba, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos en pleno Gobierno Revolucionario Cubano.
Con pretexto de un viaje a Quito y gracias a la ayuda de su hermana, publica en el año de 1953 su primer poemario: Cristal, aunque Ledesma no se encontraba del todo conforme con su primera publicación. Sin embargo, en sus páginas encontramos una estrecha familiaridad con el poeta cuencano César Dávila Andrade y con el poeta antioqueño Porfirio Barba-Jacob, elementos claves de su sensibilidad poética. De Dávila Andrade son prestadas las fuertes evocaciones al seno materno y a la remota e idealizada infancia; en cambio, con relación a Barba-Jacob, existe una influencia de contenidos y de títulos similares, en los poemas “Acuamarina”, “Retorno a la infancia” y “Retrato de Clemente Jaramillo” de Ledesma, con los poemas “Aquarimántima”, “Parábola del retorno” y “Retrato de un joven” de Barba-Jacob. En 1954 publica el poemario Club 7 junto con Carlos Benavides Vega, Gastón Hidalgo Ortega, Ileana Espinel Cedeño y Sergio Román Armendáriz. Club 7, según Ángel Emilio Hidalgo, es una suerte de retorno hacia el urbanismo inaugurado por Medardo Ángel Silva a inicios del siglo XX y a las propuestas vanguardistas de Hugo Mayo, Aurora Estrada y José Antonio Falconí Villagómez.
En 1958 sale a la luz la obra Gris, seleccionada de entre 182 trabajos enviados desde España y América Latina para ser laureada con una segunda mención de honor en la revista Lírica Hispánica; entre los jueces se destacaban Leopoldo de Luis, Jean Aristeguieta y Hugo Emilio Pedemonte quienes luego de premiar la obra incluyeron el poemario Gris en el número 183 de la revista. A raíz de la mutua colaboración en Club 7 aparecería Tríangulo con los trabajos de David Ledesma “Los días sucios”, Ileana Espinel “Diríase que canto” y Sergio Román Armendariz “Arte de amar”; en “Los días sucios” existen huellas de los Cantos de Maldoror del Conde Lautréamont, elementos vanguardistas cercanos al caligrama de Apollinaire y según César Vásconez Romero, una sombra cercana al creacionismo y a la obra Altazor de Huidobro. David Ledesma escribe en 1959 Cuaderno de Orfeo, su obra más querida. Cabe recalcar que Cuaderno de Orfeo fue publicado póstumamente por la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas en 1962, en el primer aniversario de la muerte del poeta.
La mañana del 30 de marzo de 1961 el entorno literario nacional amaneció con una noticia estremecedora, el poeta David Ledesma Vásquez se había suicidado. Su cuerpo fue encontrado en el armario de su casa, colgado del cuello con una corbata amarilla y una cinta roja en sus manos, en el bolsillo de su camisa se halló su último poema intitulado por sus allegados y amigos con el melancólico rótulo de “El poema final”. A más de consternar y entristecer al panorama literario y artístico del Ecuador, David dejó inconclusas varias joyas: La risa del ahorcado o la corbata amarilla, Teoría de la llama, Cuba en el corazón, Tres cantos por Guatemala y Elegías; dos poemas en prosa: “La garza en llamas” y “Hacia adentro”, tres cuentos: “La soledad”, “La vigilia”, “El número nueve” y varios guiones para el programa radiofónico ¡Aquí… Cuba!
Con pretexto de un viaje a Quito y gracias a la ayuda de su hermana, publica en el año de 1953 su primer poemario: Cristal, aunque Ledesma no se encontraba del todo conforme con su primera publicación. Sin embargo, en sus páginas encontramos una estrecha familiaridad con el poeta cuencano César Dávila Andrade y con el poeta antioqueño Porfirio Barba-Jacob, elementos claves de su sensibilidad poética. De Dávila Andrade son prestadas las fuertes evocaciones al seno materno y a la remota e idealizada infancia; en cambio, con relación a Barba-Jacob, existe una influencia de contenidos y de títulos similares, en los poemas “Acuamarina”, “Retorno a la infancia” y “Retrato de Clemente Jaramillo” de Ledesma, con los poemas “Aquarimántima”, “Parábola del retorno” y “Retrato de un joven” de Barba-Jacob. En 1954 publica el poemario Club 7 junto con Carlos Benavides Vega, Gastón Hidalgo Ortega, Ileana Espinel Cedeño y Sergio Román Armendáriz. Club 7, según Ángel Emilio Hidalgo, es una suerte de retorno hacia el urbanismo inaugurado por Medardo Ángel Silva a inicios del siglo XX y a las propuestas vanguardistas de Hugo Mayo, Aurora Estrada y José Antonio Falconí Villagómez.
En 1958 sale a la luz la obra Gris, seleccionada de entre 182 trabajos enviados desde España y América Latina para ser laureada con una segunda mención de honor en la revista Lírica Hispánica; entre los jueces se destacaban Leopoldo de Luis, Jean Aristeguieta y Hugo Emilio Pedemonte quienes luego de premiar la obra incluyeron el poemario Gris en el número 183 de la revista. A raíz de la mutua colaboración en Club 7 aparecería Tríangulo con los trabajos de David Ledesma “Los días sucios”, Ileana Espinel “Diríase que canto” y Sergio Román Armendariz “Arte de amar”; en “Los días sucios” existen huellas de los Cantos de Maldoror del Conde Lautréamont, elementos vanguardistas cercanos al caligrama de Apollinaire y según César Vásconez Romero, una sombra cercana al creacionismo y a la obra Altazor de Huidobro. David Ledesma escribe en 1959 Cuaderno de Orfeo, su obra más querida. Cabe recalcar que Cuaderno de Orfeo fue publicado póstumamente por la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas en 1962, en el primer aniversario de la muerte del poeta.
La mañana del 30 de marzo de 1961 el entorno literario nacional amaneció con una noticia estremecedora, el poeta David Ledesma Vásquez se había suicidado. Su cuerpo fue encontrado en el armario de su casa, colgado del cuello con una corbata amarilla y una cinta roja en sus manos, en el bolsillo de su camisa se halló su último poema intitulado por sus allegados y amigos con el melancólico rótulo de “El poema final”. A más de consternar y entristecer al panorama literario y artístico del Ecuador, David dejó inconclusas varias joyas: La risa del ahorcado o la corbata amarilla, Teoría de la llama, Cuba en el corazón, Tres cantos por Guatemala y Elegías; dos poemas en prosa: “La garza en llamas” y “Hacia adentro”, tres cuentos: “La soledad”, “La vigilia”, “El número nueve” y varios guiones para el programa radiofónico ¡Aquí… Cuba!
II
El poemario Cuaderno de Orfeo es una muestra plausible de un drama lírico que paulatinamente se va desarrollando en un marco dialéctico que finaliza abruptamente en una tragedia existencial: la imposibilidad de alcanzar el objetivo final, que en este caso es el amor. El yo lírico yace en una frustración originada en el seno del bien inasible que se escapa de las manos. Poco a poco, el autor va construyendo un escenario emotivo cargado de elementos que reflejan el cuidado y la experiencia que David Ledesma aprendió en sus años de estudiante en la Escuela de Arte Dramático. Seguramente una de las intenciones motrices del poeta era concebir una representación actual del teatro griego, sacando a relucir los elementos dinámicos del dramatismo de la Hélade (eleos, phobos, katharsis) para luego inyectarles su mejor poesía amorosa.
En primer lugar, hay que precisar que el hablante lírico se desenvuelve en dos voces; una voz en la que está hablando explícitamente el poeta y otra voz en la que el autor utiliza alter egos hasta llegar a un sujeto lírico andrógino. Rastreando las evidencias que el autor ha diseminado a lo largo de su germen poético, está completamente claro que David Ledesma se encuentra inserto en la obra, porque él es Orfeo y también él es Eurídice. Seguramente la máscara griega usada por David Ledesma son estos dos alter egos; su prósopôn, su persona, está determinada por la descripción que realiza Eurídice de Orfeo y viceversa; además de la descripción existencial que radica en los lamentos de los personajes.
Con este gesto, propio de su estilo, el poeta representa tanto el papel masculino como el papel femenino, exactamente igual que en las tragedias griegas en donde el actor (hombre) representaba el papel varonil y femenil, usando únicamente una máscara (prósopôn) diferenciadora.
Ya adentrándonos en la obra, en cada poema existen dos personajes que interactúan y dialogan mutuamente: Orfeo y Eurídice, pero no lo hacen directamente en un diálogo puntual en el interior de cada poema sino que lo hacen independientemente en poemas distintos. Por eso el poemario, al ser visto como una totalidad, es un diálogo en donde los hablantes no solo conversan entre sí, sino que procuran deslizarse en pasajes en los que endosan su voz a una tercera persona que sería el público del teatro o, en este caso, el lector implicado ya que el personaje comienza a conversar con el lector que deja de ser pasivo para convertirse en un agente empático al reconocer (anagnórisis) el momento de tensión que están padeciendo Orfeo y Eurídice.
Como parte final de este apartado, serán analizados tres poemas de Cuaderno de Orfeo: “El diálogo”, “Funeral con saxo para Eurídice” y “La última balada de Orfeo”. Estos tres poemas son los pistones que mueven el motor de la temática global del poemario, porque contienen los símbolos y sentidos que configuran la obra que estamos analizando y son claves para entender correctamente la figura ledesmiana.
En el análisis estilístico abarcaremos ciertas figuras retóricas, pero no analizaremos los tropos más usados sino que estudiaremos los más significativos, ya que el significado es el ente que da sentido a todo el texto. Las cuatro figuras retóricas que analizaremos son la metáfora, el apóstrofe, la paradoja y la prosopopeya, extractadas de los siguientes tres poemas de Ledesma:
“El Diálogo
(Voz de Orfeo)
Esta boca que te habla no es la mía.
Este rostro que miro no es el tuyo.
Ni esta risa es tu risa. Y sin embargo
presente estoy, aunque me sienta lejos.
Ni tú ni yo. Posiblemente nadie.
Y sin embargo
frente el uno del otro en este mundo
donde somos extraños, sobre sitios
que nuestros cuerpos ya no reconocen!
No eres tú. Ni soy yo;
pero me basto
para indagar el nombre
que te oculta.
Y esa luz -oh, esa luz-
mágica, absorta,
pura como el amanecer,
como la muerte,
que brillaba en el fondo de tus ojos
hace mil años de imposible ausencia!
Nadie habita estos cuerpos. Nadie dice
las palabras que rozan nuestras bocas.
Y sin embargo a media noche grito
este nombre
que sin ser cosa tuya,
ni cosa mía,
ni señal exacta,
hace crecer al Fuego que me habita,
que eres tú,
que soy yo,
y que existimos
en un país de blancas torres puras!”
“Funeral con saxo para Eurídice
Porque de los metales he nacido,
y el cobre, el hierro y el acero oprimen
la digital matriz del nacimiento,
un día volveré con los metales
a la más negra entraña del silencio!
Ay cuerda de guitarra atravesada
por un clavel de fuego ardido! Ay bíblica
pasión desenfrenada de las arpas!
Ay piano acuchillado por los dedos!
El saxo sabe… Solo el saxo sabe
la dulce muerte que conmueve todas
las nacencias sin límites del ritmo!”
“Última balada de Orfeo
Puede el hombre saltar sobre sí mismo
pero, infaliblemente, se vuelve al mismo sitio.
La verdad es que siempre uno está solo!”
Comencemos el análisis estilístico con el uso de la metáfora, que en David Ledesma es reiterativa por la comparación propia o ajena con la imagen del fuego o de la luz; inclusive desarrolló un proyecto inconcluso denominado Teoría de la llama en el que debía constar su credo poético de transmutar su esencia en fuego o en luz, es decir, arder e iluminar pasionalmente en una devoción creadora.
En el poema “El diálogo”, a pesar de que Ledesma utiliza un símil cuando Orfeo compara la luz que poseía, que brillaba en los ojos de Eurídice, con la pureza del amanecer y con la muerte (versos 16 y 17), sabemos que esa luz es una metáfora implícita de su intimidad, porque David está hablando consigo mismo sobre su luz que se extingue, que era brillante en el amanecer cuando desarrollaba su sensibilidad que luchaba contra corriente al ser distinto pero que ya no brilla porque Eurídice ha muerto, David ha muerto ante sus adversarios, pero se trasforma en Fuego en el verso 27, un Fuego con mayúscula inicial como si fuese un nombre propio porque ya no es Orfeo, ni Eurídice, ni David; es solo un fuego fulmíneo que existe en un país de blancas torres puras, como lo dice explícitamente en el verso 31; ese país es la patria ideal: El Olimpo.
El uso del apóstrofe está presente en todo el poemario, son reiterativas las evocaciones al ser amado, pero es preciso detenerse en los poemas “El diálogo” y “Última balada de Orfeo” porque al estar muerta Eurídice y al saber el yo lírico que el amor entre ambos es imposible por su categoría de extraños, el poeta reconoce que su lucha contracorriente tal vez sucumbió ante el adversario, pero solo perdió en el ámbito real cuando señala:
“ …
Ni tú ni yo. Posiblemente nadie.
Y sin embargo
frente el uno del otro en este mundo
donde somos extraños, sobre sitios
que nuestros cuerpos ya no reconocen!
…”
El triunfo está trazado en un país de blancas torres puras, en la idea absoluta, no en el reino de los hombres en donde el “distinto” o el extraño siempre estarán solos a pesar de que intenten huir o autocomprenderse, y en esto es muy claro David Ledesma en la “Última balada de Orfeo” al utilizar el apóstrofe para dirigirse al lector: “Puede el hombre saltar sobre sí mismo/pero, infaliblemente, se vuelve al mismo sitio./La verdad es que siempre uno está solo!”
Si hablamos de la paradoja como una contradicción superada, Ledesma consigue patentizar esta definición con una sutileza asombrosa. En el poema “El diálogo” se menciona una boca que habla pero que ya no es parte del hablante; un rostro admirado pero que ya no pertenece al objeto admirado; una risa que ya no es la risa de quien se estaba riendo; no hay un tú, ni un yo; ni una boca, que a pesar de ya no existir, continúa gritando y evocando palabras. La paradoja de todos estos elementos está superada en la conjunción que finaliza en un solo individuo que abraza a la persona presente: Orfeo y a la persona ausente: Eurídice.
Para finalizar, analizaremos las prosopopeyas empleadas en el poema “Funeral con saxo para Eurídice”. De entrada el título nos evoca el carácter sardónico de Ledesma; su humor irónico en donde se ve a sí mismo como un saxofón que cobra vida para tocar un réquiem a su amada Eurídice:
“… El saxo sabe… Solo el saxo sabe
la dulce muerte que conmueve todas
las nacencias sin límites del ritmo!”
Él, David, es el alma hecha para el amor imposible, para la melancolía, para la blasfemia, para la ira. Es la incomprensión, la soledad, la ambigüedad sexual, el homoerotismo. Él es el saxofón nacido de metales, la cuerda de guitarra atravesada por un clavel de fuego ardido, la bíblica pasión desenfrenada de las arpas y el piano acuchillado por los dedos.
En primer lugar, hay que precisar que el hablante lírico se desenvuelve en dos voces; una voz en la que está hablando explícitamente el poeta y otra voz en la que el autor utiliza alter egos hasta llegar a un sujeto lírico andrógino. Rastreando las evidencias que el autor ha diseminado a lo largo de su germen poético, está completamente claro que David Ledesma se encuentra inserto en la obra, porque él es Orfeo y también él es Eurídice. Seguramente la máscara griega usada por David Ledesma son estos dos alter egos; su prósopôn, su persona, está determinada por la descripción que realiza Eurídice de Orfeo y viceversa; además de la descripción existencial que radica en los lamentos de los personajes.
Con este gesto, propio de su estilo, el poeta representa tanto el papel masculino como el papel femenino, exactamente igual que en las tragedias griegas en donde el actor (hombre) representaba el papel varonil y femenil, usando únicamente una máscara (prósopôn) diferenciadora.
Ya adentrándonos en la obra, en cada poema existen dos personajes que interactúan y dialogan mutuamente: Orfeo y Eurídice, pero no lo hacen directamente en un diálogo puntual en el interior de cada poema sino que lo hacen independientemente en poemas distintos. Por eso el poemario, al ser visto como una totalidad, es un diálogo en donde los hablantes no solo conversan entre sí, sino que procuran deslizarse en pasajes en los que endosan su voz a una tercera persona que sería el público del teatro o, en este caso, el lector implicado ya que el personaje comienza a conversar con el lector que deja de ser pasivo para convertirse en un agente empático al reconocer (anagnórisis) el momento de tensión que están padeciendo Orfeo y Eurídice.
Como parte final de este apartado, serán analizados tres poemas de Cuaderno de Orfeo: “El diálogo”, “Funeral con saxo para Eurídice” y “La última balada de Orfeo”. Estos tres poemas son los pistones que mueven el motor de la temática global del poemario, porque contienen los símbolos y sentidos que configuran la obra que estamos analizando y son claves para entender correctamente la figura ledesmiana.
En el análisis estilístico abarcaremos ciertas figuras retóricas, pero no analizaremos los tropos más usados sino que estudiaremos los más significativos, ya que el significado es el ente que da sentido a todo el texto. Las cuatro figuras retóricas que analizaremos son la metáfora, el apóstrofe, la paradoja y la prosopopeya, extractadas de los siguientes tres poemas de Ledesma:
“El Diálogo
(Voz de Orfeo)
Esta boca que te habla no es la mía.
Este rostro que miro no es el tuyo.
Ni esta risa es tu risa. Y sin embargo
presente estoy, aunque me sienta lejos.
Ni tú ni yo. Posiblemente nadie.
Y sin embargo
frente el uno del otro en este mundo
donde somos extraños, sobre sitios
que nuestros cuerpos ya no reconocen!
No eres tú. Ni soy yo;
pero me basto
para indagar el nombre
que te oculta.
Y esa luz -oh, esa luz-
mágica, absorta,
pura como el amanecer,
como la muerte,
que brillaba en el fondo de tus ojos
hace mil años de imposible ausencia!
Nadie habita estos cuerpos. Nadie dice
las palabras que rozan nuestras bocas.
Y sin embargo a media noche grito
este nombre
que sin ser cosa tuya,
ni cosa mía,
ni señal exacta,
hace crecer al Fuego que me habita,
que eres tú,
que soy yo,
y que existimos
en un país de blancas torres puras!”
“Funeral con saxo para Eurídice
Porque de los metales he nacido,
y el cobre, el hierro y el acero oprimen
la digital matriz del nacimiento,
un día volveré con los metales
a la más negra entraña del silencio!
Ay cuerda de guitarra atravesada
por un clavel de fuego ardido! Ay bíblica
pasión desenfrenada de las arpas!
Ay piano acuchillado por los dedos!
El saxo sabe… Solo el saxo sabe
la dulce muerte que conmueve todas
las nacencias sin límites del ritmo!”
“Última balada de Orfeo
Puede el hombre saltar sobre sí mismo
pero, infaliblemente, se vuelve al mismo sitio.
La verdad es que siempre uno está solo!”
Comencemos el análisis estilístico con el uso de la metáfora, que en David Ledesma es reiterativa por la comparación propia o ajena con la imagen del fuego o de la luz; inclusive desarrolló un proyecto inconcluso denominado Teoría de la llama en el que debía constar su credo poético de transmutar su esencia en fuego o en luz, es decir, arder e iluminar pasionalmente en una devoción creadora.
En el poema “El diálogo”, a pesar de que Ledesma utiliza un símil cuando Orfeo compara la luz que poseía, que brillaba en los ojos de Eurídice, con la pureza del amanecer y con la muerte (versos 16 y 17), sabemos que esa luz es una metáfora implícita de su intimidad, porque David está hablando consigo mismo sobre su luz que se extingue, que era brillante en el amanecer cuando desarrollaba su sensibilidad que luchaba contra corriente al ser distinto pero que ya no brilla porque Eurídice ha muerto, David ha muerto ante sus adversarios, pero se trasforma en Fuego en el verso 27, un Fuego con mayúscula inicial como si fuese un nombre propio porque ya no es Orfeo, ni Eurídice, ni David; es solo un fuego fulmíneo que existe en un país de blancas torres puras, como lo dice explícitamente en el verso 31; ese país es la patria ideal: El Olimpo.
El uso del apóstrofe está presente en todo el poemario, son reiterativas las evocaciones al ser amado, pero es preciso detenerse en los poemas “El diálogo” y “Última balada de Orfeo” porque al estar muerta Eurídice y al saber el yo lírico que el amor entre ambos es imposible por su categoría de extraños, el poeta reconoce que su lucha contracorriente tal vez sucumbió ante el adversario, pero solo perdió en el ámbito real cuando señala:
“ …
Ni tú ni yo. Posiblemente nadie.
Y sin embargo
frente el uno del otro en este mundo
donde somos extraños, sobre sitios
que nuestros cuerpos ya no reconocen!
…”
El triunfo está trazado en un país de blancas torres puras, en la idea absoluta, no en el reino de los hombres en donde el “distinto” o el extraño siempre estarán solos a pesar de que intenten huir o autocomprenderse, y en esto es muy claro David Ledesma en la “Última balada de Orfeo” al utilizar el apóstrofe para dirigirse al lector: “Puede el hombre saltar sobre sí mismo/pero, infaliblemente, se vuelve al mismo sitio./La verdad es que siempre uno está solo!”
Si hablamos de la paradoja como una contradicción superada, Ledesma consigue patentizar esta definición con una sutileza asombrosa. En el poema “El diálogo” se menciona una boca que habla pero que ya no es parte del hablante; un rostro admirado pero que ya no pertenece al objeto admirado; una risa que ya no es la risa de quien se estaba riendo; no hay un tú, ni un yo; ni una boca, que a pesar de ya no existir, continúa gritando y evocando palabras. La paradoja de todos estos elementos está superada en la conjunción que finaliza en un solo individuo que abraza a la persona presente: Orfeo y a la persona ausente: Eurídice.
Para finalizar, analizaremos las prosopopeyas empleadas en el poema “Funeral con saxo para Eurídice”. De entrada el título nos evoca el carácter sardónico de Ledesma; su humor irónico en donde se ve a sí mismo como un saxofón que cobra vida para tocar un réquiem a su amada Eurídice:
“… El saxo sabe… Solo el saxo sabe
la dulce muerte que conmueve todas
las nacencias sin límites del ritmo!”
Él, David, es el alma hecha para el amor imposible, para la melancolía, para la blasfemia, para la ira. Es la incomprensión, la soledad, la ambigüedad sexual, el homoerotismo. Él es el saxofón nacido de metales, la cuerda de guitarra atravesada por un clavel de fuego ardido, la bíblica pasión desenfrenada de las arpas y el piano acuchillado por los dedos.
III
Para concluir, tenemos tres aristas que han sido parte del eje transversal que ha penetrado todo el trabajo. Con relación al estilo poético de Ledesma podríamos decir que su poesía se aleja de la generación del 30 (realismo social propugnado principalmente por el grupo “Los cinco como puño”: Demetrio Aguilera Malta, José De la Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert y Alfredo Pareja Díez-Canseco) para suscribirse en el culto a la musicalidad y a la forma de los parnasianos y simbolistas; para saborear el melancólico y dramático ejercicio de los decapitados; y para arroparse en un compromiso militante ante las desigualdades sociales, que le permitieron permanecer ajeno a los artistas “evasivos” tan criticados en esos años de efervescencia política.
Con relación a la obra analizada Cuaderno de Orfeo, podemos rescatar dos elementos sobresalientes; primero está el empleo de un escenario teatral para representar su poesía dramática en donde se actualiza, a su manera, la tragedia griega: El eleos que nos traslada a vivir los avatares existenciales que padeció y así poder hacer nuestras -sus vivencias-, el phobos que nos hiela la sangre al pensar en la imposibilidad de encontrar un lugar en este mundo angustioso y azaroso; y la katharsis que nos lleva a la purificación en la que encontramos la idea de que la esencia del sosiego y el reino del amor se encuentran en un país de blancas torres puras. Como segundo elemento nos enfrentamos al doble enmascaramiento de Ledesma que dialoga consigo mismo encarnando el papel de Orfeo y de Eurídice, para llegar a la conclusión de que el amor anhelado, solo puede darse en una huida de sí mismo hacia un reino ideal donde deje de ser catalogado como “distinto” o extraño.
La vida fugaz y el suicidio de David Ledesma Vázquez no sólo son un hecho anecdótico, son ingredientes de algo más. Nosotros, los espectadores de su carácter arcangélico, estamos ante toda una vida artística y una muerte estética, completamente comprometidas con su decisión fatal: elevarse a su tierra prometida.
La corbata amarilla, el poema final y su muerte un día de jueves santo, son claros elementos que sellan el legado ledesmiano, un legado hecho por él y entregado al universo de las letras:
Distinto
El pájaro que tiene solo un ala,
la naranja cuadrada,
el árbol tenso
que tiene raíces para arriba
y el caballo que galopa para atrás
solo ellos me entienden.
Mis hermanos,
mis diferentes semejantes que amo.
Y un día
distinto
sin pareja,
con ellos cavaré un hoyo muy negro
donde meterme con mi sombra a cuestas.
BIBLIOGRAFÍA
Con relación a la obra analizada Cuaderno de Orfeo, podemos rescatar dos elementos sobresalientes; primero está el empleo de un escenario teatral para representar su poesía dramática en donde se actualiza, a su manera, la tragedia griega: El eleos que nos traslada a vivir los avatares existenciales que padeció y así poder hacer nuestras -sus vivencias-, el phobos que nos hiela la sangre al pensar en la imposibilidad de encontrar un lugar en este mundo angustioso y azaroso; y la katharsis que nos lleva a la purificación en la que encontramos la idea de que la esencia del sosiego y el reino del amor se encuentran en un país de blancas torres puras. Como segundo elemento nos enfrentamos al doble enmascaramiento de Ledesma que dialoga consigo mismo encarnando el papel de Orfeo y de Eurídice, para llegar a la conclusión de que el amor anhelado, solo puede darse en una huida de sí mismo hacia un reino ideal donde deje de ser catalogado como “distinto” o extraño.
La vida fugaz y el suicidio de David Ledesma Vázquez no sólo son un hecho anecdótico, son ingredientes de algo más. Nosotros, los espectadores de su carácter arcangélico, estamos ante toda una vida artística y una muerte estética, completamente comprometidas con su decisión fatal: elevarse a su tierra prometida.
La corbata amarilla, el poema final y su muerte un día de jueves santo, son claros elementos que sellan el legado ledesmiano, un legado hecho por él y entregado al universo de las letras:
Distinto
El pájaro que tiene solo un ala,
la naranja cuadrada,
el árbol tenso
que tiene raíces para arriba
y el caballo que galopa para atrás
solo ellos me entienden.
Mis hermanos,
mis diferentes semejantes que amo.
Y un día
distinto
sin pareja,
con ellos cavaré un hoyo muy negro
donde meterme con mi sombra a cuestas.
BIBLIOGRAFÍA
Carrión, Alejandro, Galería de retratos, Quito, Banco Central del Ecuador, 1983.
Ledesma Vázquez, David, Obra poética completa, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2007.
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